¿Que hombre no ha explorado, y conocido al fin,
las laberínticas e inconstantes emociones
de su mujer contemporánea?
Conduzco a horribles velocidades
sorteando la voluptuosidad atrevida,
el sudor perfumado de tu juventud castiza.
Infinitos atavíos... y en mí pereces desnuda.
Pon tus pies sobre los míos,
nárrame la historia de tan hermosas herramientas,
paladea cada frase y considérala una tregua,
verás que hablar de tu alma entorpece los relojes.
Tu más grande propósito es prescindirme,
llevas como prioridad no probar de mi carne,
amarga y profana... ¡Jamás, mientras vivas!
Retorno desconsolado a mis azarosos dominios.
Hembra mestiza y de dientes perfectos
¡Enarbola tus ángulos ahora mismo!
Si has decidido odiarme procura no me entere,
la muerte es dolorosa y más en años de verdor...
Juan Manuel Marinaro
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