En Sipaña Alférez encontró sosiego.
No sin antes maniatar costumbres.
Pues libre debía sentirse.
Se encaballó y enlargó hacia su destino.
Arribó tranquilo y ensonrisado.
Ya con su frente besada por la boca compañera
respiró aliviado.
Y olvidó quién era,
que hacía,
y hasta el color de sus zapatos.
Y volvió a sorprenderse.