Ella era horrible, huesuda, y no poseía diente alguno. Macabra, de piel escamosa y fétidos olores. Él tenía las extremidades cortas en contraste con una cabeza inmensa y desplumada. Nada se le comparaba más a la desdicha que su aberrante presencia. Pero se amaban, porque a la hora del amor no existen los monstruos.
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